LAS LECCIONES DEL RUIZ A
LOS 25 AÑOS DEL DESASTRE DE ARMERO
Por
Gonzalo Duque-Escobar
*
Resumen:
Este
trabajo intenta dar respuesta al objetivo propuesto de compartir lo que
significó la erupción del Volcán Nevado del Ruiz hace 25 años y las lecciones
aprendidas a raíz del desastre de Armero. El contenido, así: Hipótesis para el
Prefacio, El alba de la coyuntura, Luces y sombras de la tragedia, Noche de
muerte y destrucción, y Epílogo. Entre los logros señalados, además de
reconocer los avances en el campo de la vulcanología de Colombia y el esfuerzo
y capacidad de quienes tienen a cargo la vigilancia volcánica, se señala el
Sistema Nacional para la Prevención y Atención de Desastres y el que muchos
municipios incorporen en sus planes de Ordenamiento Territorial la dimensión
del riesgo; pero faltan avances en la dimensión regional del ordenamiento
territorial y el ordenamiento de cuencas, resolviendo los usos conflictivos del
suelo, además de resolver el retraso cartográfico del país donde falta
información en temáticas, actualizada y a escala de detalle. Los mapas de
amenaza volcánica, hoy, que solamente se están utilizando para el manejo de las
crisis, deben usarse para resolver la vulnerabilidad y la exposición a la
amenaza, desde la ocupación del territorio.
Hipótesis para el
Prefacio
Una vez más nos hemos
congregado para conmemorar una dolorosa fecha, con la intención de hacer un
balance del que se deriven lecciones a partir de las experiencias científicas
en torno a un desastre que, según mi convicción, pudo ser por lo menos
mitigado, aunque para entonces el Estado no contaba con políticas ambientales
ni de planificación ligadas a la dimensión de los riesgos, y que nuestra
sociedad tampoco había desarrollado esa cultura que demanda la adaptación a
dichos fenómenos. Al estar desprovistos de instrumentos que proveyeran la
capacidad efectiva de intervenir, se dejó a su suerte a decenas de miles de
pobladores expuestos, y en sumo grado vulnerables, sobre un escenario
severamente amenazado por una erupción claramente anunciada, donde las acciones
locales y nacionales de los diferentes actores sociales, resultaron asimétricas
y fraccionadas.
Si bien ese es el
fundamento de la hipótesis que presento, a mi juicio existieron otros factores
contribuyentes, cuya intervención pudo desmovilizar o neutralizar de forma
oportuna los precarios activos del Estado, previstos para prevenir la tragedia.
Entre ellos las ideas que me asaltan, discutibles si se quiere por quedar en el
plano de las impresiones, es que pudieron más los intereses locales de quienes
preocupados por la economía, reclamaban la “desgalerización” de la ciudad - término
ahora aplicado en Pasto frente a las crisis del volcán Galeras-, y la
irresponsabilidad de funcionarios clave justificándose en flacas y tardías
acciones que desatendieron las oportunas recomendaciones de calificados
expertos de UNDRO, para terminar calificando de apocalíptico el clamor de
notables líderes locales, entre otros factores que finalmente restringieron al
ámbito académico las inequívocas señales del volcán, tales como la cenizada del
11 de septiembre de 1985, además de la información obtenida de la historia
eruptiva del volcán y el mapa preliminar de amenazas elaborado un mes antes de
los acontecimientos, entre otras tareas, así provinieran de un grupo inexperto
del que hicimos parte al lado de varios compañeros que hoy faltan, solo por
haber entregado su vida en acciones científicas al servicio de la sociedad.
En dicha historia, la del
volcán, el insigne investigador Jesús Emilio Ramírez S.J. en su obra Historia
de los Terremotos de Colombia (1983), describía las erupciones del Ruiz de 1595
y 1845, dando cuenta de sendos flujos de lodo que se esparcen en el valle de
salida del Lagunilla, hechos que coincidirán con lo acaecido en 1985, solo que
para entonces no existía la población de Armero. Los trabajos de Darrel G. Herd
(1974) sobre vulcanismo y glaciación del complejo volcánico, sumados a los de
Franco Bárberi para la investigación del proyecto geotérmico del cual
participé, definitivamente le daban cimientos a las proyecciones del riesgo
derivadas del reconocimiento histórico del Padre Ramírez.
Si bien el motivo que nos
congrega es reflexionar para construir como colectivo, mi aporte partirá de lo
que ya he consignado hace cinco años para similar propósito, en “Las lecciones
del volcán del Ruiz a los 20 años del desastre de Armero” (2005), de nuevas
reflexiones hechas a partir de la lectura de los desastres naturales que
continúan surgiendo en la geografía del convulsionado país, además de las
experiencias ya vividas con la coyuntura volcánica en los dramáticos sucesos de
1985, e incluso de las acumuladas desde el año 1979 cuando participaba de las
investigaciones del potencial geotérmico del complejo volcánico Ruiz - Tolima.
El alba de la coyuntura
Para empezar, un poco de
historia sobre los antecedentes correspondientes a un primer período de esas
inequívocas señales entregadas por el volcán, el de los meses previos a las
erupciones del 11 de septiembre y del 13 de noviembre de 1985.
La reactivación del
Volcán Nevado del Ruiz se advierte desde el 22 de diciembre de 1984, y las
primeras advertencias se vierten a Ingeominas iniciando 1985 con las
recomendaciones de John Tomblin, como responsable de la entonces Oficina de las
Naciones Unidas para el Socorro en caso de Desastres – UNDRO-, invitado para el
caso a Colombia. Dos meses después se pública la noticia en el diario local La
Patria, donde se dan a conocer los hechos advirtiendo que la actividad de las fumarolas
no eran motivo de alarma.
El 23 de marzo de 1985
realizamos un seminario abierto y concurrido en el Aula Máxima de la
Universidad Nacional de Colombia sede Manizales, en el que se informa sobre una
reactivación del Volcán, sus erupciones históricas y los riesgos, y posibles
eventos esperados frente una eventual erupción. Todo esto se consigna en el
Boletín de Vías y Transportes Nº53, donde se publica el resultado de un trabajo
científico previo adelantado en el volcán por nuestro grupo de trabajo,
compuesto por expertos voluntarios, profesores de las universidades Nacional y
de Caldas, y miembros del Departamento de Geotermia de la Central
Hidroeléctrica de Caldas CHEC, labor cuyo propósito era mapear el cráter
activo, describir la actividad fumarólica, generar una información adecuada
para dar respuesta a las crecientes inquietudes de la comunidad y sugerir lo
que fuera del caso.
En mayo se recibe la
visita del científico Minard L. Hall como delegado de UNDRO, quien reclama de
nuevo la atención a las anteriores recomendaciones de la organización, expresa
su preocupación por la persistente actividad del Ruiz, y de paso señala la
necesidad de acometer una gestión para la atención oportuna del riesgo
priorizando las zonas habitadas, mostrándonos en el lugar el potencial de
flujos de lodo del edificio volcánico, consecuencia de los glaciares y
materiales de arrastre disponibles.
En julio, cuando ya se
empieza a percibir el olor a azufre en Manizales, ciudad localizada 30 km al
oeste del cráter Arenas, luego de intentar infructuosamente durante los meses
precedentes obtener unos sismógrafos para iniciar el monitoreo del volcán, y de
haber recurrido al Cuerpo Suizo de Socorro para conseguirlos por otra vía,
gracias a una gestión iniciada por Hans Meyer desde el OSSO de la Universidad
del Valle, se establece Ingeominas aportando los cuatro sismógrafos justificando su tardanza en la dificultad que
tuvo para conseguir las piezas de repuesto; el hecho en sí y la justificación
permiten mostrar la “importancia” que se le daba al asunto en Bogotá.
En agosto llega el
científico Bruno Martinelli como respuesta del Cuerpo Suizo de Socorro a
solicitud del Gobernador de Caldas y del Alcalde de Manizales, tras un mes de
preparativos en el cual se decidió desarrollar la tecnología, buscando adaptar
los sismógrafos para operar en ambientes a temperaturas bajo cero grados, lo
que suponía hacer uso de la electrónica militar. Indudablemente estos meses
perdidos al lado de la inexperiencia que nos asistía, serán una de las causas
más relevantes en el trágico desenlace de los acontecimientos.
Para información de
Ustedes, varios de los que actuábamos éramos de algún modo parte del equipo
organizado desde 1979 por Ariel César Echeverri de La CHEC, con la misión de
investigar el potencial geotérmico del Ruiz; la mayoría ingenieros con 500
horas de instrucción en Geofísica entre los años 1983 y 1984 por parte de
eminentes profesores de las escuelas italianas de Nápoles y Pisa, y dos de
ellos con estudios en Geotermia. Del equipo hacíamos parte, entre otros, Néstor
García Parra QEPD, la geóloga Marta Lucía Calvache y Bernardo Salazar Arango,
como miembros del Departamento de Geotermia de CHEC, además del grupo de geoquímica
de aguas termales de la Universidad Nacional de Colombia liderado por la
Profesora Adela Londoño Carvajal.
Luces y sombras de la
tragedia
Estando presto a salir
Bruno Martinelli para Suiza, donde se evaluaría la información fruto del
trabajo de este geofísico de enorme dimensión humana, quien un mes antes había
cambiado un volcán de África por el de este escenario, al medio día del 11 de
septiembre se produce una erupción freática en el Ruiz, cuyas cenizas llegan a
Manizales para despejar las dudas de los más escépticos. Confieso que, si bien
desde 1979 estábamos investigando el tema de los volcanes, el evento nos llevó
a esa extraña dimensión que señala en Lévi-Strauss en Tristes Trópicos, dado que
frente a semejante fenómeno estábamos como quien cree saber de un extraño lugar
porque colecciona sus imágenes, al que no ha viajado para sentir su compleja
naturaleza y experimentar su carácter.
Esta erupción del 11 de
septiembre, que se hace sentir en la ciudad y genera pequeños flujos de lodo
que cierran la vía a Murillo, le da la connotación suprarregional al riesgo, y
sobre todo detona la ya aplazada confección del mapa de amenazas del Ruiz. De
lo ocurrido en ella, a finales de ese mes el equipo de Ingeominas pudo
establecer, no solo la velocidad del pequeño flujo de lodo, sino también la
certeza de su ocurrencia en caso de una erupción mayor, dato importante para
estimar el tiempo disponible para evacuar a Armero. Igualmente Ingeominas
informa de un represamiento del Lagunillas en la vereda El Cirpe, consecuencia
de actividades mineras, como elemento fundamental que vinculará al imaginario
de esos pobladores a la amenaza temida con la suerte de Armero, así la magnitud
de este represamiento, de tan solo 200 mil m3, no compitiera con el tamaño y
alcance espacial de los lahares históricos y por venir.
Tras el evento, se crea
el Comité de Estudios Vulcanológicos de la Comunidad Caldense bajo la
coordinación de Pablo Medina Jaramillo, con la secretaría científica de José
Fernando Escobar Escobar como coordinador de Ficducal, fundación que reunía a
las cinco universidades de Manizales y cuyas actas juiciosamente recolectadas por
él, dan testimonio de las actividades y esfuerzos de diferentes instituciones y
autoridades de la ciudad buscando darle buen trámite a una preocupante crisis
que no encontraba el eco esperado en el gobierno central. Como ilustración:
cuatro meses antes de la catástrofe aparece la famosa carta de la Jefe de la
Oficina de Relaciones Internacionales del Ministerio de Educación, ofreciendo
su mediación al gobernador de Caldas para que se le solicite por ese conducto a
la Unesco “evitar que el volcán del Ruiz se reactive”.
A finales de septiembre,
además del histórico debate del parlamentario Hernando Arango Monedero,
calificado de apocalíptico en una respuesta del ministerio que se justifica con
un pálido balance de acciones insustanciales, el citado Comité que también
recibe las advertencias de UNDRO sobre la posible ocurrencia de flujos de lodo
por el rio Chinchiná, entre otros eventos de menor relevancia para Manizales,
conoce del Censo efectuado por Corpocaldas a lo largo del drenaje de este y sus
tributarios, y revisa una carta del Gobernador de Caldas para solicitarle al
gobierno central acciones para atender la problemática. En ese estado de cosas,
recuerdo haber solicitado incluir en ella tareas de preparación para la
comunidad expuesta en las zonas de alto riesgo, y llamar la atención al
gobierno para proveer lo que se requiriera para los evacuados, incluyendo las
personas que moran dentro de un radio de 10 Km y los pobladores de Armero,
además de los censados.
Para entonces, los
temidos tremores del volcán identificados finalmente por Martinelli y
reportados ahora por el equipo de sismología, a juicio de éste resultaban
preocupantes; la columna de vapor alcanzaba alturas sostenidas que superaban
los 10 km y se implementaban estrategias informativas que hacían uso del manual
de UNDRO para el debido manejo de las emergencias volcánicas. Además, la ya
visible exacerbación de la actividad fumarólica, era interpretada por el grupo
de geoquímica como evidencia de que se empezaban a generar los efectos
decisivos previstos por W. Giggembach sobre el tapón del cráter Arenas, y con
ellos una posible reducción en la presión del sistema que conduciría a la
erupción.
Entrado Octubre, cuando en tan corto
tiempo son notables los avances alcanzados en la confección del mapa de riesgos
encomendado al equipo de geólogos de Ingeominas y la Universidad de Caldas, y
por la implementación del modelo metodológico y teórico propuesto por W.
Giggembach útil para la evaluación de la dinámica preeruptiva en función de la
volatilidad de los componentes gaseosos de los
fluidos volcánicos, entre otros: faltaba monitorear la topografía del edificio
volcánico para advertir las posibles deformaciones causadas por incrementos en
el campo de esfuerzos de darse el ascenso del magma. Entonces se concretan
gestiones en el Comité para satisfacer las deficiencias e incertidumbres sobre
un proceso urgido de complementos instrumentales y conceptuales, como son traer
hasta Manizales a Franco Barberi desde Italia, a Rodolfo Van der Laat desde
Costa Rica y a Minard L. Hall desde Ecuador. Incluso a Darrel G. Herd, quien en
concurrida conferencia en el Teatro 8 de Junio en la Universidad de Caldas
desestima la ocurrencia de un desastre en caso de erupción, a pesar de haber
señalado en el Comité la importancia de las tareas que hacíamos en virtud de
riesgo existente.
Iniciando la segunda
semana de octubre, aparece la versión preliminar del mapa de Riesgos
Potenciales del V. N. del Ruiz, del Ingeominas, donde además de consignarse la
historia del volcán se señalan las amenazas, entre las que se incluyen flujos
de lodo de hasta medio centenar de metros de potencia dependiendo del nivel de
riesgo de las zonas, asignándoles una probabilidad del 100% en caso de erupción
importante: riadas que alcanzaban en dicha cartografía todas las zonas que
efectivamente se bañaron de lahares, entre ellas Armero; y también caída de
cenizas de alguna severidad con una probabilidad de 2/3 extendiéndose solamente
sobre una zona orientada hacia el noreste del cráter, y que por lo tanto
excluía de caída de piroclastos en sectores del occidente, omisión para la que
sugerimos considerar el cambio de la dirección de los vientos regionales entre
el verano y el invierno, relacionado con la dinámica del clima bimodal andino,
lo que se comprobaba con las cenizas que alcanzaron a Cartago en 1595 y el 11
de septiembre de 1985.
Entre tanto las labores
del monitoreo rudimentario continuaban, confiados en que a falta de un sistema
telemétrico, el volcán se anunciaría a distancia, y que uno de nuestros
miembros que permanecía en el lugar: el Ingeniero Bernardo Salazar Arango,
quien exponiendo su vida observaba los sismógrafos allá para tener información
en tiempo real, informaría por radio de cualquier evento de carácter
sorpresivo: ambos, volcán y hombre, cumplieron a cabalidad pero la última señal
no fue suficientemente interpretada, como tampoco las que ya había dado el
volcán.
Hasta aquí la corta
extensión espacial y temporal del monitoreo sismológico y geoquímico, donde
gravitaba la falta de observaciones de otras variables físicas como las
deformaciones que dependían de medidas geodésicas no implementadas, y a que las
observaciones morfológicas del cráter y el muestreo de gases que no podían
resultar sistemáticas a causa de las dificultades y condiciones ambientales,
resultaban insuficientes: todo este acerbo impedía generar una línea de base
para el volcán, como instrumento con el cual se permitiera diagnosticar con
suficiente aproximación, el grado de anormalidad de los fenómenos observados.
Recuerdo cómo un día
antes de la erupción, el grupo de geotermia descendió por última vez al fondo
del cráter para tomar otra muestra de los gases, intentando capturarlos en las
fumarolas antes de que emergieran y entraran en contacto con el aire, para
malograrse. En esta riesgosa expedición que incluía la tarea adicional de
observar posibles dinámicas morfológicas, no se reportaron cambios
significativos del cráter. Pero al día siguiente, el de la erupción, siendo las
7: 30 PM cuando procedíamos a dar inicio al análisis geoquímico en el
Laboratorio de la Universidad Nacional, observábamos las muestras obtenidas con
un aspecto turbio inquietante, asunto este que sumado a lo del día, permite
calificar la imposibilidad que teníamos de aventurar un pronóstico eruptivo.
Noche de muerte y
destrucción
Y a los pocos días de
haber concluido la elaboración del mapa de amenazas, a pesar de la caída de
cenizas que desde horas de la tarde afectaba a Armero, de las llamadas al
cuerpo de bomberos de la “Ciudad blanca” efectuada desde uno de los municipios
cordilleranos, de haberse informado el inicio de la erupción por la doble vía
que se esperaba: la del volcán y la del hombre: los flujos de lodo, estimados
después en 100 millones de metros cúbicos, descendieron raudos desde los
glaciares del volcán nevado y avanzaron arrasándolo todo, hasta alcanzar los poblados
ubicados en los valles de salida de los ríos; pero la población no fue
evacuada. Por la vertiente del Cauca las riadas tardaron más de una hora hasta
Ríoclaro y parte del Chinchiná, y por la del Magdalena, unas dos horas hasta
Armero transitando por la cuenca del Lagunillas, y dos horas hasta las partes
bajas de Mariquita primero para seguir luego a Honda, por el Gualí. En Armero
los lahares, masas donde participan agua y sólidos por mitades, cubrieron con 2
m de lodos unos 30 km2 del valle en varias direcciones, incluida la norte ajena
a este drenaje.
Y como me he preguntado
ahora: ¿por qué antes del 13 de noviembre no se produjo ninguna acción, ante la
advertencia expresa de que en caso de una erupción, Armero sería borrado por
una avalancha? -esto de conformidad con lo que el mapa oficial mostraba desde
su primera versión de inicios de octubre, así fuese preliminar-. Posiblemente
el trabajo que emprendimos a la fecha fue tomado como un simple ejercicio
académico, o también, la sistemática preocupación por la información que se
daba en la prensa, dudosamente calificada de alarmista, terminó con sus voces
por apagar las luces de sensibles periodistas, y con ello por desmantelar una
estrategia que pudo contribuir a la apropiación social de la prevención del
desastre.
Calificados expertos de
varios países, después de recopilar la información sobre los antecedentes y
analizar los hechos, coincidieron en denominar ésto como una catástrofe
anunciada, mientras aquí unos y otros rompían sus vestiduras amparados en la
imposibilidad de predecir el comportamiento de un volcán, para desconocer los
pronósticos y decir que la suerte padecida por unos 25 mil colombianos, fue
culpa de la indómita naturaleza.
En comparación con los
eventos históricos del Ruiz, acaecidos en 1595 y 1845, la segunda entre las
tres parece haber generado los mayores flujos de lodo, y la que nos ocupa
resultó ser la de los lahares más modestos y la erupción de menor magnitud.
Además, si bien la erupción de 1985 fue calificada de subpliniana, al cobrar
unas 25 mil vidas queda la lección para no subestimar estos eventos, dado que
la del Ruiz (1985) con apenas 1/10 de km3 de magma aportado, con las 25000 vidas
cobradas se ubica en el tercer lugar entre los desastres volcánicos más
catastróficos ocurridos desde 1800, después del Tambora (1915) con 56000
víctimas y del Krakatoa (1883) con 36400.
Esto es, hace 25 años, a
pesar del compromiso de la comunidad científica que asumió tareas y del
esfuerzo de la cruz Roja y la Defensa Civil locales en materia de prevención,
queda pendiente pagar un saldo que únicamente se liquida sin volver a repetir
la tragedia de Armero. Y lo digo porque antes de la erupción del 13 de
noviembre de 1985, previo al paroxismo de las 9:20 de la noche, hora local,
desde las 3:05 de la tarde hubo emisiones de ceniza, y antes del anochecer a
modo de señal premonitora la arena volcánica y fragmentos de pómez del Ruiz caían
sobre al poblado tolimense, en un ambiente enrarecido por un extraño olor
azufrado.
Todo porque allí como en
otros lugares se carecía de una instrucción precisa, de unos medios mínimos y
de unos procesos adecuados, para que la población evacuara frente a un evento
sorpresivo pero que también daba tiempo, al menos, para mitigar la desgracia.
Esto es, la insuficiencia de la información gravitó, ya que no resultó
suficiente la historia y el mapa, al faltar las instrucciones y el protocolo
para evacuar, señalando el por qué, cuándo, cómo y a dónde, por lo menos.
Incluso, faltaron los simulacros del caso como parte de la información
intangible.
Epílogo
Luego de los sucesos de
Armero, cuando se dan las frecuentes noticias sobre las crisis del Galeras, del
Huila y del Cerro Machín, no dejamos de preocuparnos a pesar de saber que
nuestros científicos de Ingeominas están altamente capacitados, de que se hayan
hecho estudios sobre el riesgo y de que se tengan mapas de amenaza y de contar
con un sistema de monitoreo eficiente.
Esto porque a pesar de la
existencia del Sistema Nacional de Prevención y Atención de Desastres que ha
hecho grandes esfuerzos y se ha consolidado, siempre quedan como preguntas: por
qué las personas no evacúan y qué falta en términos tangibles e intangibles.
Como evidencia de lo primero, antes del terremoto del Quindío el Comité Local
de Emergencias del pequeño municipio de Pijao, epicentro del sismo, no sólo se
reunía periódicamente y producía sus actas, sino que contaba con presupuesto y
tomaba sus propias decisiones, tal cual lo hizo el 25 de enero de 1999 y días
siguientes, a pesar de quedar incomunicado el poblado y desarticulada su
comunidad del contexto regional y nacional.
También, porque la “galerización”, término extraño para entonces y para quienes no
saben del Galeras, pero que refuerza la dialéctica del discurso como
herramienta estratégica para entender la problemática que existe en Pasto,
donde se repite lo que se hizo en Manizales cuando se desdibujó una estrategia
comunicativa con expresiones como “aquí todos éramos vulcanólogos”, ya que eso
posiblemente, lo de haber “galerizado a Armero”: habría salvado a muchos
armeritas de la hecatombe, del mismo modo que lo han hecho las comunidades
indígenas con las avalanchas del Huila de abril de 2007.
La dimensión social,
política, cultural y económica, podría darnos esas respuestas, que espero no se
resuelvan con nuevos desastres.
Con las leyes de la
Cultura, del nuevo Sistema Ambiental y de la Reforma Urbana, hoy en Colombia se
contempla la dimensión de los desastres y se consagra el derecho de la
participación ciudadana; pero urge implementar la gestión integral del riesgo,
primero asegurando las acciones misionales de institutos como el Ingeominas y
las de complemento de las autoridades ambientales, a quienes corresponde las
acciones en esta materia, y donde la previsión a corto plazo que se relaciona
con los procesos geodinámicos y afines, incluye las tareas de observación
sistemática de variables físicas y el desarrollo de modelos. Y otra, la previsión
general que se materializa en mapas de amenaza para estudiar los riesgos
naturales y asegurar el uso sostenible del suelo, temas para los cuales en
materia de cartografía y de acciones de las autoridades territoriales,
encontramos profundas deficiencias.
Esta loable y muy difícil labor para el caso de los volcanes activos, la han desarrollado oportunamente los científicos de Ingeominas en los tres segmentos de los Andes colombianos; pero en los planes de desarrollo y ordenamiento territorial, y de ordenamiento ambiental de cuencas, sabemos no se contempla la dimensión regional, ni se han aplicado los mapas de amenaza volcánica para proceder con una ocupación no conflictiva del suelo en términos de exposición o generación de riesgos durante los períodos de calma, caso volcanes Cerro Bravo y Tolima.
Me temo que con esa visión de corto plazo y la baja propensión a las acciones estructurales señaladas, estamos desaprovechando el esfuerzo de muchas instituciones del país, como la de los vulcanólogos, comprometiendo la suerte de la Nación y exponiendo varias comunidades vulnerables de Colombia.
Mil gracias,
Manizales, Noviembre 9 de 2010
—-
Imagen:
Fotografía del V.N. del Ruiz, por Jaime Duque Escobar
(*) Gonzalo
Duque Escobar, Profesor Universidad Nacional de Colombia, Sede Manizales:
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