Por Gonzalo Duque Escobar *
Esta época amerita pensar en la pobreza, por ser un tema asociado a valores
fundamentales como la humildad cuando obliga a reconocer nuestras flaquezas, y en el amor bajo la acepción que lo define como virtud que representa toda la compasión con el ser humano. Para empezar, cuando la carta estadística de Caldas (2010) señala que la
proporción de población con Necesidades Básicas Insatisfechas, en el departamento es 17,76%,
contra 0,99% en Manizales donde se concentra casi el 70% del PIB caldense,
simplemente obliga a considerar nuestra pobreza campesina.
Según el informe “Panorama social de América Latina” (CEPAL 2012), Latinoamérica finalizará este año con 167
millones de pobres, un millón de personas menos que en 2011, lo que equivale a
28,8% de los habitantes, y con 66 millones de indigentes, la misma cantidad que
en 2011. Para el organismo, en Brasil, Colombia, Honduras, Paraguay y República Dominicana, mientras cerca del 40% del ingreso es para los más ricos, sólo entre el 11% y 15% es para los más pobres. En América del Sur, Paraguay lidera la lista con más del 50% de pobres, seguido por Bolivia con el 40%. Colombia, donde
la cifra es del 37,2%, ocupa la tercera posición, a pesar de un decrecimiento de 3,1% en los últimos años. Eso pone al país lejos de los niveles de pobreza de Argentina (5,7%), Uruguay (6,7%)
y Chile (11,0%)
El concepto de pobreza, bajo la
perspectiva de Amartya Sen que se asocia a pobreza de desarrollo humano, es el
enfoque instrumentalizado por el PNUD, donde se establecen una serie de
criterios de satisfacción de necesidades básicas -esperanza de vida, nivel de educación e ingreso- como factores que formarían la base de recursos y habilidades que demanda el “desarrollo humano". De ahí que el PNUD, en lugar de utilizar los ingresos para medir la pobreza,
recurra, para el Índice de Pobreza Humana, a la medida de las
dimensiones más básicas en que
se manifiestan tales privaciones: una vida corta, carencia de educación básica y falta de acceso a los recursos públicos y privados.
No obstante, en Colombia la
pobreza se mide de dos formas complementarias: la primera, la pobreza monetaria, que se calcula a partir
de los ingresos de los hogares; mientras la otra, adaptada por el DNP, evalúa los hogares a través de cinco dimensiones, así: condiciones educativas, situación de la niñez y la juventud, estado de la vivienda, salud y
trabajo, y acceso a servicios públicos
domiciliarios. Mientras la indigencia supone ingresos per cápita no superiores a $11.144 diarios, y por lo tanto una canasta de
alimentos insuficiente que no satisface los requerimientos de proteínas, calorías y otros nutrientes, la pobreza que llega a
personas con ingresos per cápita inferiores a $24.944 diarios, incluye, además, privaciones en vivienda, transporte y vestuario, entre otros.
Pero más allá de las cifras, debería examinarse la dimensión de la
pobreza entrando tanto al escenario regional como a su contexto, dado que lo señalado hasta acá no reconoce causas y circunstancias, complejas por
demás, como factores reales o contribuyentes necesarios
para enfrentar con políticas acertadas una problemática socioambiental y económica, caso
las comunidades pobres del Eje Cafetero que ya no perciben los beneficios del “grano de oro” que enriquece mercados externos ahora, tal cual ha
ocurrido con las comunidades de indígenas y
afrodescendientes de Riosucio y Marmato tras siglos de explotación aurífera, olvido y miseria.
Ahora vemos con preocupación las afugias de los cafeteros, asociadas a una crisis estructural de
precios para productores del grano, donde la globalización de la economía resulta ser factor determinante. La prueba
irrefutable parte de la franca decadencia de este sector símbolo de Colombia, no propiamente frente a otros renglones de nuestra
economía, sino porque su gremio ayer glorioso y protagónico, a pesar de la redistribución del ingreso consecuencia de la estructura minifundista de la
propiedad cafetera, sufre las penurias de un mercado desfavorablemente
controlado por terceros.
Aunque el modelo de crecimiento de
la pasada década llevó a Colombia a
un puesto de “privilegio” en el ranking de la concentración de la riqueza, en escenarios rurales de nuestra ecorregión donde los ingresos medios son varias veces menores que los urbanos,
por lo menos gozamos de mejores índices de
desarrollo relativo. Luego, habiendo superado la inequidad y debiendo sólo enfrentar la pobreza, donde la lucha resulta menos ardua, podríamos centrar la atención en mejorar
la problemática cafetera, consolidando esta nueva sociedad
donde el protagonismo del saber condiciona la estructura del empleo, mediante
el desarrollo de competencias sociales e intelectuales, y de una mayor
capacidad creativa e innovadora de los habitantes, a partir de estrategias como
priorizar el desarrollo humano y la cultura sobre el crecimiento económico, apostándole a otro modelo educativo que propenda por
formar el talento humano.
* Profesor Universidad Nacional de Colombia; http://galeon.com/cts-economia [Ref: La Patria, Manizales,
2012-12-24]. Imagen: Fotografía de Jaime Duque E ( Fragmento).
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