Gonzalo Duque-Escobar
En medio de un verano anómalo que se ha anticipado al solsticio de invierno y que desde este lugar de los Andes más septentrionales de América nos permite advertir el deshielo del Parque Natural Nacional de los Nevados, ha llegado la navidad con infaustas noticias de desaliento y preocupación por lo que va sucediendo en la Cumbre de Copenhague, en relación con la falta de voluntad y compromiso al asumir las mínimas medidas necesarias para atenuar el evidente calentamiento global de nuestro frágil planeta, hecho que se consolida como el mayor desastre antrópico de las siguientes décadas.
Mientras en nuestras universidades y centros de investigación, y las de todo el mundo, priorizamos el tema de la energía y hacemos esfuerzos para encontrar sistemas de producción energéticamente eficientes, avanzan y arrecian las campañas para el consumo desmesurado de bienes y servicios que alimentan un modelo de desarrollo energívoro y francamente de vocación suicida. Esto es: más eficiencia para lograr mantener como mínimo en funcionamiento la locomotora del crecimiento económico con los actuales niveles de derroche en recursos naturales y artificiales, y a los cuales un mercado expansionista y cada vez más globalizado aspira incluir nuevas comunidades rurales como las de Asia, tras borrar su ancestral cultura de vida austera.
Con la convicción de que las necesarias metas de reducción de emisiones de gases de invernadero son insuficientes y “per se” responden a una visión reduccionista que ni siquiera invoca un ajuste estructural al actual modelo de desarrollo; y creyendo que la actual problemática exige ir más allá para propender por un cambio cultural, entonces: con el deseo de menos luces contaminando las noches decembrinas y cero consumos suntuarios, feliz navidad para todos.
Desde el OAM, Ed. Circular RAC 544
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