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8/5/11
MÁS ALLA DE LAS PROFECÍAS MAYAS
Chichén Itzá
Por Gonzalo Duque Escobar
Hace medio milenio llegaron los españoles a Yucatán, importante región del sureste de México, para encontrar en esa península el legado Maya de la región norte, cuyos asentamientos más remotos se dieron el Siglo III d. C., en esa arquitectura monumental de las esplendorosas ciudades de Chichén Itzá, Mayapán y Uxmal, y en sus contenidos culturales ofreciendo técnicas diversas con base ingenieril y ornamentación propias, además de notación jeroglífica con registros, mitológicos e históricos soportados en el complejo sistema calendárico y matemático de este pueblo de etnias, que dan cuenta de hechos y rituales plasmados en sus inscripciones jeroglíficas, grabados y conjuntos escultóricos y pictóricos, además de costumbres y creencias aún vivas.
Pero al lado de la portentosa herencia cultural de los herederos directos de los Olmecas, evidencia de esa civilización cuya cumbre de desarrollo se dio hacia la última etapa del desarrollo independiente de la civilización mesoamericana, ahora se hace posible descifrar los vestigios de un importante desastre ambiental que podría explicar el por qué lo que comenzó hacia el año del 1500 a.C. desapareció por el 900 d.C. Posiblemente la lección no se capitalizó, entre otras causas, dado el proceso de transculturación que remodeló las culturas indígenas y sentó las bases de la variada cultura mestiza de México y Centroamérica. A modo de ilustración, quedan vestigios de importantes obras hidráulicas y de rituales populares para el dios de la lluvia, Chic, a quien se le daba especial importancia.
La península de Yucatán, es una gran extensión y unidad geomorfológica conformada por calizas del Terciario con características muy específicas y propias, donde las reducidas fuentes de agua se relacionan con pozos y corrientes en el ambiente subterráneo del paisaje de una meseta de clima que varía de cálido húmedo en el poniente a seco y semiseco en el naciente. El vital líquido disponible en grandes depresiones, sumideros, cuevas y grietas bajo las solubles rocas del relieve casi plano, sirvió a dichos asentamientos humanos hasta haber deforestado el territorio, en especial el de la parte norte de Yucatán, ya que las técnicas constructivas emplearon la madera para fabricar la cal utilizada como materia prima para el hormigón de sus colosales estructuras.
Al examinar la demanda ambiental por el agua y la madera, dada la envergadura de los poblados y tamaño de sus templos, puede advertirse el desastre que pudo ocasionar el ocaso de esta civilización americana. Veamos algunos datos: el terraplén para el zócalo de un solo edificio requería el transporte de entre un cuarto y medio millón de metros cúbicos, operación que exigía varios cientos de obreros que debían alimentarse; y emprendida la obra sobre esa acrópolis, el mortero de cal requerido se obtenía al machacar y cocer la piedra sobre una pila de madera seca, sólo que la cal viva obtenida en el proceso era poca en comparación con la cantidad de madera utilizada.
Que esta lección aprendida de una de las más originales y grandiosas civilizaciones antiguas y expresión de la cultura mesoamericana, objeto de estudio en el Contexto de Astronomía que ofrecemos en el OAM de la Universidad Nacional de Colombia, sirva de algo después de cinco siglos de haberse descubierto y de casi un milenio de aportes que algunos miran apreciando únicamente la parte mágica de su calendaría, asociándola a designios apocalípticos para los cuales nada cuenta la voluntad humana. Que sirva entonces para que reflexionemos y actuemos en función de lo que ahora hacemos con el Planeta, o si se quiere para interpretar ese legado como los cambios físicos que padece el hábitat como consecuencia de una falta de conciencia que facilita acciones desaforadas de la especie humana.
Desde el OAM, Ed. Circular RAC 209
http://www.manizales.unal.edu.co/oam_manizales
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