Por Gonzalo Duque-Escobar *
En términos generales caldenses, risaraldenses y quindianos, compendian el carácter de la sociedad cafetera de Colombia, cultura que va más allá de una fusión con variados matices de comunidades que han participado en la definición del verde y quebrado territorio: primero como la colonización antioqueña que vino por el norte para mezclarse en el oriente con asentamientos del Tolima Grande y Cundinamarca e incluso del altiplano en la alta cordillera; y segundo con el principal frente de esa colonización que bajó por Manizales para hacer lo propio con poblaciones del Estado Soberano del Cauca, y que fundaron pueblos paisas por el poniente, centro y medio día del Gran Caldas.
Pero
las capitales cafeteras, máxima expresión urbana de la proeza colonizadora paisa,
pueden ser el referente inequívoco para la tesis de que en el centro occidente
colombiano poseemos una cultura donde inciden, además de determinantes de la caucanidad
y la antioqueñidad, procesos dialécticos consecuencia de la construcción social
e histórica de este territorio, cimentado en la economía
cafetera de los primeros setenta años del siglo
XX. Otrora el Cauca que abarcaba el fértil valle del Cauca y penetraba hasta
Marmato, dominaba el litoral y las selvas del Pacífico, mientras Antioquia se
reducía a las montañas más septentrionales de la cordillera Central desde
Manizales, y zonas del Magdalena medio, bajo Cauca y Urabá.
En
la Colonia, la Nueva Granada se erigía como productor de oro en el mundo, casi
todo proveniente de la economía minera del Cauca y Antioquia, una y otra diferenciadas
por sus modos de producción social: la caucana soportada fundamentalmente por
esclavos africanos y la antioqueña mayoritariamente por el trabajo del minero
independiente. Este hecho que gravita en la clase de sociedad que se forjará en
cada provincia, también explica diferencias étnicas como la mayor proporción
afrodescendiente en el Chocó como apéndice del Cauca, y más mestiza en Antioquia
donde la actividad se inicia en regiones bajas como Remedios y llega a las tierras
altas de Santa Rosa de Osos.
Aislada
por dos siglos en tiempos de la Nueva Granada, Antioquia que se aplicaba a una economía
extractiva, donde la agricultura de subsistencia se condicionaba por la ubicación
del yacimiento dada la baja productividad de las tierras, o por el dominio del terrateniente,
tras el crecimiento demográfico y agotamiento de las minas se generan esos frentes
migratorios que pueblan el centro-occidente colombiano.
Después
de las guerras civiles que cierran el siglo XIX y de la guerra de los Mil Días,
surge un nuevo modelo cafetero de pequeña superficie y alto efecto
redistributivo del ingreso, que acentúa y moldea el carácter definitivo del
cafetero al crearse una sociedad igualitaria, poseedora de una cultura que se
nutre gracias al comercio del café, industria exportadora que le genera excedentes
de capital; entre tanto al sur, el Cauca soporta su economía en las grandes
haciendas del fértil valle con sus masas de campesinos asalariados y sin tierra,
basada en un modelo de servidumbre que culmina tras la implantación de los
ingenios azucareros que se plantan para el bloqueo capitalista a la economía de
la revolución cubana.
No
obstante, a pesar de haberse abatido el espíritu del caucano, primero por el
yugo de la esclavitud y luego con el régimen de servidumbre, en la clase media de
esta sociedad se forja un carácter librepensador que marca diferencia con la
mentalidad sacralizada de la sociedad antioqueña de las primeras décadas de la
República, tan proclive al pensamiento conservador. Como evidencia, las guerras
de 1860, 1876 y 1885 entre los estados soberanos de Antioquia y Cauca, donde
contrastan las ideologías de los actores proclives a imaginarios cristianos o franceses
según el bando, cuando esta aldea llamada Manizales funge como teatro de los
acontecimientos.
Así
entonces, en la cultura cafetera no sólo converge el carácter emprendedor del antioqueño mostrado por Carlos E. Pinzón, sino también la mente abierta del caucano de
clase media,
quien encuentra en el comercio un espacio de desempeño económico, que no entra
en conflicto con los intereses del terrateniente ni del campesino desposeído y
agobiado por la gran hacienda.
El
espíritu más abierto de ese caucano, de quien Francisco José de Caldas es digno
representante, se debe a una apertura cultural muy temprana que no conoce
Santafé y menos Antioquia: en Popayán se recibe información proveniente de la Provincia
de Panamá adscrita a la Capitanía de Guatemala cuando se explota el oro de
Barbacoas, del Virreinato del Perú dado que Popayán depende de Quito, quien a
su vez se administra desde Lima, y de la Nueva Granada con quien finalmente se
comercia en una época en la que la actividad mercantil a gran escala estaba condicionaba
por la Corona a que se hicieran con España.
* Profesor Universidad Nacional de Colombia http://gonzaduque.es.tl [Ref: La Patria, Manizales, 2012-06-11] Imagen: temas cafeteros, mostrando a Salamina (Luis Fernando Rodríguez García), el jeppao (Alfonso Espinel Rodríguez) y la arriería (Maestro Juan Ruiz).
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