Por Gonzalo Duque-Escobar
Nuestro espacio urbano transformado
que habla por sí mismo y escribe con su arquitectura y modelados su pasado y
presente en sus paisajes, aún exhibe la exuberancia de la Manizales de ayer en
su monumental arquitectura ecléctica, la del centro histórico que surge tras
los incendios de los años veinte, y hoy víctima del abandono, de los procesos
de lumpenización y de la pérdida del espacio público; y también, sobre el
serpenteante Carretero que se construye desde Fundadores para llegar a la Estación
del Cable de 1922, con los continuos urbanos entreverados de épocas que vienen
desde entonces y pasan los cincuenta, la ciudad muestra cómo se expande al abandonar
la vieja retícula urbana, para adoptar un trazado orgánico ajustado a las
curvas de nivel.
Luego de los años 70, Manizales
experimenta un nuevo cambio: esa “cometa con cola hacia el oriente” se expande,
adquiriendo la trama urbana una “estructura satelital” al ocupar de forma
conflictiva, primero las frágiles laderas y luego las áreas periurbanas,
presionado el ecosistema andino para establecer las nuevas barriadas populares para
albergar legiones de campesinos que abandonan la vida rural consecuencia de la
violencia y de una caficultura que se industrializa.
Entrado el siglo XXI, con la
expedición del acuerdo 508 de 2001 que adopta el POT que ahora se reformula, Manizales
precisa espacialmente un modelo de ocupación del suelo que reconoce la conurbación
del territorio proximal al considerar la Subregión Centro-Sur, cuando dice que la
ciudad “crecerá ligada al desarrollo territorial con los municipios vecinos,
buscando consolidar la Subregión y el municipio-región, concertando, promoviendo
y ejecutando en común proyectos estratégicos de amplio impacto, con miras a que
se fortalezcan las relaciones físicas, económicas y sociales entre lo
territorial y la región…”
Pero ahora, si se desea un POT
visionario, además lo prometido en esa meta no alcanzada, habrá que emprender
una gestión urbano-regional para prevenir conflictos y potenciar desarrollos en
el territorio distal ya conurbado por lo menos hasta Pereira, reto que invita a
profundizar temas fundamentales como el transporte público interurbano, la
complementariedad económica, el uso sostenible del patrimonio hídrico, la
sustentabilidad de los ecosistemas compartidos, el desarrollo rural y las migraciones
campesinas, el Paisaje Cultural Cafetero y la consolidación de macroproyectos
estratégicos para la conectividad regional.
Para esa construcción del
territorio conurbado, el gobernante podrá fortalecer su capacidad de gestión
desarrollando estrategias que consideren entre otros factores, estos tres que
subraya Antoni Gutiérrez-Rubí en El País, al escribir “Ciudades para la vida:
los límites del poder":
En primer lugar, la porosidad
del territorio, donde dice que hoy el poder político real del alcalde, supera
las fronteras formales de su jurisdicción. Sin dejar de lado el actuar sobre
las demandas económicas, sociales, ambientales e institucionales de Manizales,
cada vez gana relevancia la capacidad de atender las crecientes interrelaciones
metropolitanas, puesto que la integración de las capitales cafeteras ahora, y
en el mediano plazo con Cali y Medellín, obliga a superar la concepción
parroquial de nuestros territorios urbanos que van quedando sin fronteras.
En segundo término, la urbanización
del territorio supera las competencias de sus administraciones locales.
Conforme en el Eje Cafetero se van borrando las fronteras urbanas, el poder
político va quedando más condicionado a su capacidad de comprender, interpretar
y liderar problemáticas sin fronteras, como el tema aeroportuario y otros
potenciales conflictos, cuya solución depende de alianzas entre actores
sociales que no comprenden los límites administrativos y económicos, pero si
las urgencias de las acciones interinstitucionales y de la cooperación entre el
gobernante, el sector empresarial y las comunidades de base de la Ecorregión
Cafetera.
Y tercero, las otras
legitimidades y nuevas representaciones que hacen de la intermediación político
institucional un instrumento cuestionado. Efectivamente, en un Estado Social de
Derecho como lo es el colombiano, la naciente cultura urbana y una sociedad
civil más desarrollada que ya se advierte en las capitales cafeteras, imponen
nuevos límites al poder democrático y legítimo otorgado en las urnas a nuestros
mandatarios, por lo que al resolver los grandes conflictos del territorio habrá
que emprender procesos participativos para lograr la construcción de soluciones
de consenso, soportadas en alianzas entre instituciones, sociedad civil y
empresas, para crear las condiciones de equidad, justicia y progreso que anhela
la región.
* Profesor Universidad Nacional
de Colombia http://galeon.com/cts-economia
[Ref.: La Patria. Manizales, 2015-09-14] Imagen: Conurbación del Eje Cafetero –
Óscar Arango (2012) Ecorregión Cafetera –SIR Alma Mater.
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