16/11/15

ARMERO: “Una catástrofe anunciada”


Imagen: Lahar sobre Armero y eventos volcánicos. Fuente www.geology.sdsu.edu




Por María del Rosario Saavedra *



Hace Treinta años:

El 14 de Noviembre  de 1985 me encontraba con unas colegas en la Universidad Nacional de Bogotá en un evento sobre investigación acción participativa convocada por el sociólogo Orlando Fals Borda. La sesión había terminado y charlábamos sobre los terribles hechos del holocausto del Palacio de Justicia, sucedido una semana antes en la Plaza de Bolívar.

No nos reponíamos de semejante tragedia en la que habían muerto casi 100 personas entre magistrados, guerrilleros, soldados,  civiles, hombres y mujeres.

También conversábamos sobre  el impacto que estaba teniendo el narcotráfico en las comunidades rurales y en las grandes ciudades. Recientemente, el cartel de Medellín encabezado por Pablo Escobar, había iniciado con mucha brutalidad la guerra contra el Estado y su presencia estaba ya traspasando las fronteras. El tema era inquietante pues, además, las diferentes guerrillas estaban en conversaciones de paz con el presidente Betancur, pero éramos escépticos de resultados concretos y la toma del palacio era un intento de la guerrilla del M-19 de ajusticiar al presidente pues la paz se había frustrado.

De pronto, Rosaura, una amiga trabajadora social, con el rostro demudado irrumpió en el pequeño círculo que habíamos formado. Parecía estar a punto de llorar. Guardamos silencio. Me acabo de enterar por la radio, nos dijo,  que el Volcán Nevado del Ruiz ha hecho erupción y que una enorme avalancha de lodo y piedras cayó sobre Armero y lo desapareció por completo. ¿Estás segura?, comentó un colega, los medios tienden a magnificar. No, no, respondió ella, estoy segura; de hecho, el cura párroco y el alcalde de Armero llevaban varios meses alertando a las autoridades y parecía que ya hacía tiempos que caía ceniza, además hay imágenes, que muestran el desastre, parece que las pasaron por televisión.

Rosaura nos dijo que su madre las acababa de ver. Eran niñas y niños cubiertos de barro, o ahogándose en el lodo. Miradas perdidas de niños buscando a sus padres; me conmoví al escuchar esta trágica noticia e inmediatamente quise ayudar. Rosaura comentó averigüemos bien, porque parece ser que hay muchos niños huérfanos.

Sin saber cómo participar decidimos irnos a nuestras casas a ver si la televisión o el radio nos daban mayor información.

El piloto Armando Rivera a través de Caracol informó que Armero desapareció del mapa. Esta madrugada, desde su helicóptero, pudo ver imágenes dantescas: el pueblo sumergido en lodo caliente, olor a azufre y los sobrevivientes,  alrededor de nueve mil, como zombis deambulando y tambaleándose dentro del barro que los atrapaba. Solo los que alcanzaron a correr a las colinas pudieron salvarse, comentaba insistentemente el conductor del programa de noticias.

Las  primeras imágenes que vi por televisión eran de hombres, mujeres, niños y niñas desnudas cubiertas de barro tratando de caminar y de ser rescatados por los helicópteros.  No podía creer que algo así hubiera podido pasar. Me quedé sin palabras y con una gran angustia. Sonó entonces el teléfono. Era el subdirector del Centro de Investigación y Educación Popular, CINEP, Padre Jorge Julio Mejía quien me invitaba a trabajar con ellos.

Me contó  que Margarita, empleada de la biblioteca del Cinep, mujer de Armero, había perdido a su hijita en la avalancha. El padre Francisco de Roux  había viajado con ella para buscarla entre los desaparecidos, pero no habían podido llegar siquiera a la zona del siniestro. Por lo pronto estaban cerca de Honda.

Al día siguiente la noticia que todos presentíamos: la niña estaba muerta..
Desde ese momento, el Cinep, decidió formar parte de las ONG que entrarían de lleno a ayudar a los sobrevivientes en los procesos de reconstrucción y acepte a formar parte del equipo.

Reconocimiento de los pueblos afectados por el desastre:

Iniciamos el trabajo con un viaje a la zona afectada por el desastre con el director padre Manuel Uribe  y dos compañeros del Cinep: Luis y Carlos. La visita me desgarró. Vimos cadáveres enterrados en el barro, vacas muriéndose que mugían, perros que ladraban asustados, gallinas.  Entramos al hospital que había quedado enterrado y solo se veía  el segundo piso, lleno también de personas muertas. El olor era nauseabundo.

Posteriormente fuimos a visitar los albergues: las personas heridas y con la ilusión de encontrar vivos a sus seres queridos, las ayudas, los periodistas,  todo el caos en medio del calor me produjo  una tremenda tristeza.

Al llegar a Bogotá, me desahogué y lloré  sin parar por lo menos una semana. No podía y no quería hablar con nadie en estas fechas.

Me sentía sin rumbo: no sabía por dónde empezar. Los días en que estuve en Bogotá me ayudaron a tomar una mínima distancia y a tener mas calma  y poner orden a los pensamientos y empezar a construir el equipo y a tejer ese proceso que aún no sabíamos cómo sería. Era prioritario iniciar el trabajo con algunos sobrevivientes.

Llegaron las ayudas al Cinep. Empezamos a tener muchas reuniones: con los franceses, los ingleses, los suizos, los norteamericanos. Algunos buscaban ser protagonistas y querían que sus instituciones fueran visibilizadas y reconocidas  a través de una placa. Otros en cambio apoyaban desde el corazón y con eficacia .


La ayuda humanitaria es parte de la gran dificultad del post desastre.

Los jóvenes de la defensa civil que manejaban los albergues tenían poca  experiencia, eran autoritarios y los sobrevivientes se sentían mal pues no podían dar sus opiniones y eran tratados como menores de edad.   

La gente se sentía desconsolada: cada vez que nos veía llegar miraban con ojos desorbitados esperando que fuéramos quizás el pariente  desaparecido en la avalancha.

Trabajamos sin parar  durante las vacaciones. No teníamos  tiempo ni para comer ni para descansar.

Los y las sobrevivientes lloraban sin consuelo. Un sentimiento de culpa los acompañaba: “haber quedado vivos” y haber soltado de la mano al ser querido que había desaparecido. Los duelos se hacían muy difíciles de elaborar porque los cuerpos no se encontraban. Los hombres estaban en los albergues sin oficio, y esto los hacía más vulnerables.

Traté en la medida de lo posible de ponerle razón al trabajo y empezamos a pensar con el equipo recién conformado cómo relacionarnos con las y los sobrevivientes y construir con ellos procesos comunitarios y pedagógicos no solamente para la elaboración del duelo sino para proyectos que pudieran realizarse.

Para eso empezamos a  viajar por los pueblos más afectados por la erupción del volcán como Guayabal, Ambalema, Cambao, Palocabildo, Herveo y  Honda.

Constatamos  “la avalancha de ayudas”. Teníamos entre manos muchas tareas  administrativas, y debíamos sobreaguar en medio de  los intereses del ego de algunas ayudas humanitarias.  

Armero antes de la avalancha: 

Filomena, una mujer de 70 años me relató lo siguiente:” Armero era un pueblo maldito. Porque cuando se mata a un cura el pueblo no vuelve a levantar cabeza”. Fueron las prostitutas las que le dieron cristiana sepultura al cura Ramírez asesinado y por eso el barrio de ellas  quedó intacto después de la avalancha. Lo que pasó el 9 de abril de 1948 es que después de conocer la noticia del asesinato en Bogotá del líder del pueblo Jorge Eliécer Gaitán, el  pueblo de Armero se desesperó. Es un  pueblo liberal y teníamos un párroco  “muy conservador” que  según el pueblo guardaba las armas entre las estatuas de los santos en la iglesia y de noche salía a caballo matar liberales. Por eso lo mataron. Y el mismo padre Ramírez lo había dicho antes “de este pueblo no quedará piedra sobre piedra”.

Armero y su localización geográfica:

Efraín un sobreviviente que estudiaba en Bogotá me dijo: “Recuerdo a Armero como  una joven y próspera ciudad del norte del Tolima  situado en el piedemonte oriental de la Cordillera Central de los Andes. Tres ríos lo  enmarcaban. El Sabandija por el norte del Tolima, el Magdalena por el oriente y el Lagunilla por el sur por donde bajó la avalancha de lodo y piedras que arraso la cabecera municipal dejando 25.000 muertos de los cuales 8000 eran niños y niñas a las 9.20 de la noche  del 13 de Noviembre de 1985.”

Este municipio estaba situado a 50 kilómetros del volcán y a 160 kilómetros de Bogotá: más o menos a cuatro horas por carro.

A Armero se le conocía como la ciudad blanca por sus cultivos de arroz y algodón. También era reconocido por su ganadería extensiva de ganado Cebú.(12.000 reces murieron).

Al estudiar la historia de las erupciones del volcán se encuentran  algunas muy mortíferas El 12 de marzo de 1595 y el 19 de febrero de 1845 siguieron el mismo curso que la del 13 de Noviembre de 1985.

Las alertas y la negligencia de las autoridades:

Una de las manifestaciones de alerta sobre la actividad del volcán fue la caída de ceniza  que cubrió especialmente a Manizales, Chinchiná,  y Villa María en el departamento de Caldas. En el Tolima la ceniza afectó principalmente  los municipios de Honda, Mariquita, Lérida, Ambalema y por supuesto a Armero.

El día de la avalancha las instituciones de emergencia Cruz Roja y Defensa Civil de Armero llamaron a Bogotá y pidieron consejo para tomar decisiones frente a la situación de emergencia y una posible evacuación hacia las colinas.

No tuvieron respuesta por parte del gobierno de Belisario Betancur.

Desde hacía más de  un año se estaban dando alarmas por parte de las autoridades locales, y varias misiones internacionales acompañadas de académicos y especialistas de la Universidad Nacional de Manizales habían estudiado la amenaza del volcán.

Sin embargo el gobierno central estaba ocupado en los sucesos de la toma del Palacio de Justicia que se habían anunciado con antelación. Para el gobierno la advertencia  del riesgo inminente de erupción del Volcán  Nevado del  Ruiz fue recibida como apocalíptica y exagerada. Pensar en una posible evacuación era impensable por lo costosa, la centralización administrativa y la falta de conocimiento. No había en ese momento un sistema de prevención y gestión del riesgo, ni políticas ambientales y tampoco sistemas desarrollados de monitoreo de sismicidad del volcán. Tampoco existía una relación con el volcán y muchos de sus habitantes ni siquiera habían oído hablar de las erupciones anteriores. Los niños desconocían  la geografía del lugar. Así que la gravedad de la situación y la posibilidad de haber salvado vidas se desestimó y no se planeo cómo, dónde, y cuándo evacuar a sus habitantes.

Ante la falta de respuesta de las autoridades regionales  y centrales sin tener claro qué hacer, el  cura párroco y el alcalde  de Armero que llevaban varios meses alertando a la población trasmitieron un mensaje de tranquilidad al pueblo y les aconsejaron entrar  a sus casas con un pañuelo mojado y taparse  la boca y la nariz pues la ceniza y el olor a azufre les dificultaba  la respiración.

A pesar de la lluvia y de la caída de ceniza, el 13 de noviembre de 1985, hace treinta años,  se jugaba  un partido de fútbol entre  jóvenes. Muchos niños y niñas lo estaban  viendo en la cancha del pueblo.

Se oyeron algunos gritos: “El Lagunilla se desbordó“, pero muchos entendieron “la guerrilla se nos entró”.

La Reconstrucción del Tejido Social:

Durante cinco años trabajamos en CINEP con Virginia, Amparo, Luis, Clara y otros colegas de la Universidad Nacional de Manizales, el doctor Gonzalo Duque Escobar, y de Fedevivienda,  Sonia Sánchez, en los procesos que fueron escogidos como prioritarios: la reconstrucción del tejido social, la gestión del riesgo, y algunos proyectos de hábitat y proyectos  productivos. 

Fue un proceso difícil: Para muchos la motivación, el motor de sus vidas había desaparecido. Habían muerto sus seres queridos. Otros querían olvidar lo sucedido y habían iniciado nuevas parejas tratando de recuperar la esperanza frente a sus seres desaparecidos en la tragedia.

Sin embargo logramos ir lentamente en ese proceso de reconstrucción con algunos duelos elaborados, unos barrios construidos y un liderazgo de mujeres que por primera vez se enfrentaban a tomar decisiones sobre temas como vivienda y proyectos productivos.


Toda esta experiencia vital, y el intercambio con otros colegas a nivel nacional e internacional me llevaron a querer hacer un trabajo académico sobre el proceso de reconstrucción de algunos grupos de sobrevivientes de Armero y Chinchiná. Tome tres años más para terminar mi doctorado en sociología del riesgo en Paris bajo la dirección del padre Francisco de Roux y del profesor Christian Gros. Al alejarme físicamente del desastre y del proceso que estábamos llevando, me di cuenta de lo mucho que había aprendido con las y los sobrevivientes “populares sobre las catástrofes”. Pude decantar lo que había vivido  y mi interés empezó a desenvolverse alrededor del tema de las comunidades populares frente a la  gestión del riesgo. Aprendí que las catástrofes no son naturales sino sociales y ambientales  y que es largo el camino que tenemos que recorrer en Colombia para hacernos más sensibles y relacionarnos de manera mas armónica con nosotros mismos, con los otros y con la naturaleza.


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PHD Sociología de la gestión del riesgo. Universite De Paris III (Sorbonne-Nouvelle)

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