Imagen: Lahar sobre Armero y eventos volcánicos. Fuente www.geology.sdsu.edu
Por María del Rosario Saavedra *
Hace
Treinta años:
El 14 de Noviembre de 1985 me encontraba con unas colegas en la
Universidad Nacional de Bogotá en un evento sobre investigación acción
participativa convocada por el sociólogo Orlando Fals Borda. La sesión había
terminado y charlábamos sobre los terribles hechos del holocausto del Palacio
de Justicia, sucedido una semana antes en la Plaza de Bolívar.
No nos reponíamos de semejante
tragedia en la que habían muerto casi 100 personas entre magistrados,
guerrilleros, soldados, civiles, hombres
y mujeres.
También conversábamos sobre el impacto que estaba teniendo el
narcotráfico en las comunidades rurales y en las grandes ciudades.
Recientemente, el cartel de Medellín encabezado por Pablo Escobar, había
iniciado con mucha brutalidad la guerra contra el Estado y su presencia estaba
ya traspasando las fronteras. El tema era inquietante pues, además, las
diferentes guerrillas estaban en conversaciones de paz con el presidente
Betancur, pero éramos escépticos de resultados concretos y la toma del palacio
era un intento de la guerrilla del M-19 de ajusticiar al presidente pues la paz
se había frustrado.
De pronto, Rosaura, una amiga
trabajadora social, con el rostro demudado irrumpió en el pequeño círculo que
habíamos formado. Parecía estar a punto de llorar. Guardamos silencio. Me acabo
de enterar por la radio, nos dijo, que
el Volcán Nevado del Ruiz ha hecho erupción y que una enorme avalancha de lodo
y piedras cayó sobre Armero y lo desapareció por completo. ¿Estás segura?,
comentó un colega, los medios tienden a magnificar. No, no, respondió ella,
estoy segura; de hecho, el cura párroco y el alcalde de Armero llevaban varios
meses alertando a las autoridades y parecía que ya hacía tiempos que caía ceniza,
además hay imágenes, que muestran el desastre, parece que las pasaron por
televisión.
Rosaura nos dijo que su madre las
acababa de ver. Eran niñas y niños cubiertos de barro, o ahogándose en el lodo. Miradas
perdidas de niños buscando a sus padres; me conmoví al escuchar esta trágica
noticia e inmediatamente quise ayudar. Rosaura comentó averigüemos bien, porque
parece ser que hay muchos niños huérfanos.
Sin saber cómo participar decidimos
irnos a nuestras casas a ver si la televisión o el radio nos daban mayor
información.
El piloto Armando Rivera a través de Caracol
informó que Armero desapareció del mapa. Esta madrugada, desde su helicóptero,
pudo ver imágenes dantescas: el pueblo sumergido en lodo caliente, olor a
azufre y los sobrevivientes, alrededor
de nueve mil, como zombis deambulando y tambaleándose dentro del barro que los
atrapaba. Solo los que alcanzaron a correr a las colinas pudieron salvarse,
comentaba insistentemente el conductor del programa de noticias.
Las
primeras imágenes que vi por televisión eran de hombres, mujeres, niños
y niñas desnudas cubiertas de barro tratando de caminar y de ser rescatados por
los helicópteros. No podía creer que
algo así hubiera podido pasar. Me quedé sin palabras y con una gran angustia.
Sonó entonces el teléfono. Era el subdirector del Centro de Investigación y
Educación Popular, CINEP, Padre Jorge Julio Mejía quien me invitaba a trabajar
con ellos.
Me contó que Margarita, empleada de la biblioteca del
Cinep, mujer de Armero, había perdido a su hijita en la avalancha. El padre Francisco
de Roux había viajado con ella para
buscarla entre los desaparecidos, pero no habían podido llegar siquiera a la
zona del siniestro. Por lo pronto estaban cerca de Honda.
Al día siguiente la noticia que todos
presentíamos: la niña estaba muerta..
Desde ese momento, el Cinep, decidió
formar parte de las ONG que entrarían de lleno a ayudar a los sobrevivientes en
los procesos de reconstrucción y acepte a formar parte del equipo.
Reconocimiento de los pueblos
afectados por el desastre:
Iniciamos el trabajo con un viaje a
la zona afectada por el desastre con el director padre Manuel Uribe y dos compañeros del Cinep: Luis y Carlos. La
visita me desgarró. Vimos cadáveres enterrados en el barro, vacas muriéndose
que mugían, perros que ladraban asustados, gallinas. Entramos al hospital que había quedado
enterrado y solo se veía el segundo
piso, lleno también de personas muertas. El olor era nauseabundo.
Posteriormente fuimos a visitar los
albergues: las personas heridas y con la ilusión de encontrar vivos a sus seres
queridos, las ayudas, los periodistas, todo
el caos en medio del calor me produjo una tremenda tristeza.
Al llegar a Bogotá, me desahogué y lloré
sin parar por lo menos una semana. No podía
y no quería hablar con nadie en estas fechas.
Me sentía sin rumbo: no sabía por
dónde empezar. Los días en que estuve en Bogotá me ayudaron a tomar una mínima
distancia y a tener mas calma y poner
orden a los pensamientos y empezar a construir el equipo y a tejer ese proceso
que aún no sabíamos cómo sería. Era prioritario iniciar el trabajo con algunos
sobrevivientes.
Llegaron las ayudas al Cinep. Empezamos a tener muchas reuniones: con los franceses, los ingleses, los suizos, los norteamericanos. Algunos buscaban ser protagonistas y querían que sus instituciones fueran visibilizadas y reconocidas a través de una placa. Otros en cambio apoyaban desde el corazón y con eficacia .
La ayuda humanitaria es parte de la gran dificultad del post desastre.
Los jóvenes de la defensa civil que
manejaban los albergues tenían poca experiencia, eran autoritarios y los sobrevivientes
se sentían mal pues no podían dar sus opiniones y eran tratados como menores de
edad.
La gente se sentía desconsolada: cada
vez que nos veía llegar miraban con ojos desorbitados esperando que fuéramos
quizás el pariente desaparecido en la
avalancha.
Trabajamos sin parar durante las vacaciones. No teníamos tiempo ni para comer ni para descansar.
Los y las sobrevivientes lloraban sin
consuelo. Un sentimiento de culpa los acompañaba: “haber quedado vivos” y haber
soltado de la mano al ser querido que había desaparecido. Los duelos se hacían
muy difíciles de elaborar porque los cuerpos no se encontraban. Los hombres
estaban en los albergues sin oficio, y esto los hacía más vulnerables.
Traté en la medida de lo posible de
ponerle razón al trabajo y empezamos a pensar con el equipo recién conformado
cómo relacionarnos con las y los sobrevivientes y construir con ellos procesos
comunitarios y pedagógicos no solamente para la elaboración del duelo sino para
proyectos que pudieran realizarse.
Para eso empezamos a viajar por los pueblos más afectados por la
erupción del volcán como Guayabal, Ambalema, Cambao, Palocabildo, Herveo y Honda.
Constatamos “la avalancha de ayudas”. Teníamos entre
manos muchas tareas administrativas, y
debíamos sobreaguar en medio de los
intereses del ego de algunas ayudas humanitarias.
Armero antes
de la avalancha:
Filomena, una mujer de 70 años me relató lo siguiente:” Armero
era un pueblo maldito. Porque cuando se mata a un cura el pueblo no vuelve a
levantar cabeza”. Fueron las prostitutas las que le dieron cristiana sepultura al
cura Ramírez asesinado y por eso el barrio de ellas quedó intacto después de la avalancha. Lo que
pasó el 9 de abril de 1948 es que después de conocer la noticia del asesinato
en Bogotá del líder del pueblo Jorge Eliécer Gaitán, el pueblo de Armero se desesperó. Es un pueblo liberal y teníamos un párroco “muy conservador” que según el pueblo guardaba las armas entre las
estatuas de los santos en la iglesia y de noche salía a caballo matar
liberales. Por eso lo mataron. Y el mismo padre Ramírez lo había dicho antes
“de este pueblo no quedará piedra sobre piedra”.
Armero y su localización geográfica:
Efraín un sobreviviente que estudiaba
en Bogotá me dijo: “Recuerdo a Armero como una joven y próspera ciudad del norte del
Tolima situado en el piedemonte oriental
de la Cordillera Central de los Andes. Tres ríos lo enmarcaban. El Sabandija por el norte del
Tolima, el Magdalena por el oriente y el Lagunilla por el sur por donde bajó la
avalancha de lodo y piedras que arraso la cabecera municipal dejando 25.000
muertos de los cuales 8000 eran niños y niñas a las 9.20 de la noche del 13 de Noviembre de 1985.”
Este municipio estaba situado a 50
kilómetros del volcán y a 160 kilómetros de Bogotá: más o menos a cuatro horas
por carro.
A Armero se le conocía como la ciudad
blanca por sus cultivos de arroz y algodón. También era reconocido por su
ganadería extensiva de ganado Cebú.(12.000 reces murieron).
Al estudiar la historia de las
erupciones del volcán se encuentran algunas
muy mortíferas El 12 de marzo de 1595 y el 19 de febrero de 1845 siguieron el
mismo curso que la del 13 de Noviembre de 1985.
Las alertas y la negligencia de las
autoridades:
Una de las manifestaciones de alerta
sobre la actividad del volcán fue la caída de ceniza que cubrió especialmente a Manizales, Chinchiná, y Villa María en el departamento de Caldas.
En el Tolima la ceniza afectó principalmente
los municipios de Honda, Mariquita, Lérida, Ambalema y por supuesto a
Armero.
El día de la avalancha las
instituciones de emergencia Cruz Roja y Defensa Civil de Armero llamaron a Bogotá y pidieron consejo para tomar
decisiones frente a la situación de emergencia y una posible evacuación hacia
las colinas.
No tuvieron respuesta por parte del
gobierno de Belisario Betancur.
Desde hacía más de un año se estaban dando alarmas por parte de
las autoridades locales, y varias misiones internacionales acompañadas de
académicos y especialistas de la Universidad Nacional de Manizales habían
estudiado la amenaza del volcán.
Sin embargo el gobierno central
estaba ocupado en los sucesos de la toma del Palacio de Justicia que se habían
anunciado con antelación. Para el gobierno la advertencia del riesgo inminente de erupción del
Volcán Nevado del Ruiz fue recibida como apocalíptica y
exagerada. Pensar en una posible evacuación era impensable por lo costosa, la
centralización administrativa y la falta de conocimiento. No había en ese
momento un sistema de prevención y gestión del riesgo, ni políticas ambientales
y tampoco sistemas desarrollados de monitoreo de sismicidad del volcán.
Tampoco existía una relación con el volcán y muchos de sus habitantes ni
siquiera habían oído hablar de las erupciones anteriores. Los niños
desconocían la geografía del lugar. Así
que la gravedad de la situación y la posibilidad de haber salvado vidas se
desestimó y no se planeo cómo, dónde, y cuándo evacuar a sus habitantes.
Ante la falta de respuesta de las
autoridades regionales y centrales sin
tener claro qué hacer, el cura párroco y
el alcalde de Armero que llevaban varios
meses alertando a la población trasmitieron un mensaje de tranquilidad al
pueblo y les aconsejaron entrar a sus
casas con un pañuelo mojado y taparse la
boca y la nariz pues la ceniza y el olor a azufre les dificultaba la respiración.
A pesar de la lluvia y de la caída de
ceniza, el 13 de noviembre de 1985, hace treinta años, se jugaba
un partido de fútbol entre
jóvenes. Muchos niños y niñas lo estaban
viendo en la cancha del pueblo.
Se oyeron algunos gritos: “El
Lagunilla se desbordó“, pero muchos entendieron “la guerrilla se nos entró”.
La Reconstrucción del Tejido Social:
Durante cinco años trabajamos en CINEP con Virginia, Amparo, Luis, Clara y otros colegas de la Universidad Nacional de Manizales, el doctor Gonzalo Duque Escobar, y de Fedevivienda, Sonia Sánchez, en los procesos que fueron escogidos como prioritarios: la reconstrucción del tejido social, la gestión del riesgo, y algunos proyectos de hábitat y proyectos productivos.
Fue un proceso difícil: Para muchos
la motivación, el motor de sus vidas había desaparecido. Habían muerto sus
seres queridos. Otros querían olvidar lo sucedido y habían iniciado nuevas
parejas tratando de recuperar la esperanza frente a sus seres desaparecidos en la
tragedia.
Sin embargo logramos ir lentamente en
ese proceso de reconstrucción con algunos duelos elaborados, unos barrios
construidos y un liderazgo de mujeres que por primera vez se enfrentaban a
tomar decisiones sobre temas como vivienda y proyectos productivos.
Toda esta experiencia vital, y el
intercambio con otros colegas a nivel nacional e internacional me llevaron a
querer hacer un trabajo académico sobre el proceso de reconstrucción de algunos
grupos de sobrevivientes de Armero y Chinchiná. Tome tres años más para
terminar mi doctorado en sociología del riesgo en Paris bajo la dirección del
padre Francisco de Roux y del profesor Christian
Gros. Al alejarme físicamente del desastre y del proceso que estábamos
llevando, me di cuenta de lo mucho que
había aprendido con las y los sobrevivientes “populares sobre las catástrofes”.
Pude decantar lo que había vivido y mi
interés empezó a desenvolverse alrededor del tema de las comunidades
populares frente a la gestión del riesgo.
Aprendí
que las catástrofes no son naturales sino sociales y ambientales y que es largo el camino que tenemos que
recorrer en Colombia para hacernos más sensibles y relacionarnos de manera mas armónica
con nosotros mismos, con los otros y con la naturaleza.
---
* PHD Sociología de la gestión del riesgo. Universite De Paris III (Sorbonne-Nouvelle)
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