Por Gonzalo
Duque-Escobar*
La tormenta en
Manizales y Villamaría del martes 18 de abril, sólo fue el preámbulo de
una tragedia por un torrencial aguacero, que en la madrugada del miércoles 19,
al precipitarse 156 mm en cinco horas y media, desencadena múltiples
deslizamientos y deslaves en esta ciudad de 400 mil habitantes: el saldo, la
declaración de calamidad pública por la pérdida de 17 vidas, además de 60
viviendas arrasadas o con daños severos y 400 evacuadas. El evento subraya cómo en
nuestras jóvenes montañas con sus frágiles laderas cubiertas de
cenizas volcánicas, dadas las condiciones singulares del trópico andino y el cambio climático, en
las zonas de fuerte pendiente bajo las cuales subyacen rocas con alto grado de
plegamiento y fracturamiento, el equilibrio límite de estabilidad ha quedado
comprometido por la destrucción del bosque andino y los modelados antrópicos.
En efecto, el
trazado fundacional de 1849 de Manizales caracterizado por una retícula
ortogonal, que conforme crece la aldea exigió rellenos en cañadas para nivelar
el terreno, ya en los albores del siglo XX debe evolucionar para adaptarse a la
escarpada topografía, y avanzar hacia el oriente con un trazado
de vías en el entorno de las curvas de nivel, lo que permite el progreso de
la naciente ciudad con su caracteriza y singular morfología. Pero hacia los años setenta,
con el advenimiento de la revolución verde entrando con el
monocultivo del Caturra a estas tierras, se producen importantes dinámicas
migratorias y con ellas nuevos asentamientos mal planificados, que cambian la
fisonomía de la pequeña urbe, donde los barrios del conglomerado se expanden sin
control ocupando vaguadas y presionado ecosistemas andinos por las vertientes
del Chinchiná y Guacaica.
Para entonces y
dadas las carencias en el ordenamiento territorial y el desconocimiento
respecto a las aptitudes y limitaciones del medio, los conflictos por el uso del
suelo no darán espera: cuando los eventos geodinámicos empiezan a cobrar vidas,
se crear CRAMSA, hoy Corpocaldas, cara institución que capitaliza aportes de la
academia y la ingeniería local en el desarrollo de una tecnología para el
control de la erosión, aunque ya en el siglo XXI el calentamiento
global caracterizado por eventos climáticos extremos entra como nuevo
factor ambiental a incidir, no solo en la vulnerabilidad de la ciudad sino
también de toda la ecorregión cafetera donde el paisaje deforestado está dominado
por potreros que en área por coberturas superan doce veces la aptitud
del suelo, y donde los bosques actuales con un 19% sólo representan en el 35% de lo
que deberíamos tener como área de protección ambiental.
Es
que los árboles, además de descargar las nubes y regular las
escorrentías para prevenir el descontrol hídrico y pluviométrico, con
sus raíces
“amarran” los frágiles suelos de ceniza volcánica que
le dan el carácter aterciopelado al abrupto paisaje de nuestras montañas. Pero
gracias a la deforestación, tras las abundantes lluvias que sin
posibilidad de retención se transforman en torrenciales arroyos, que
al superar la capacidad hidráulica del drenaje natural erosionan el
terreno de los medios periurbanos y rurales, dichos eventos climáticos desencadenan deslaves y riadas como los que descendieron
de Sancancio; y deslizamientos de laderas intervenidas, donde la infiltración
acumulada de aguas lluvias, al saturar el suelo desprotegido provocan su
colapso, afectado el medio urbano.
Queda entonces
como lección que los avances en gestión del riego, pese a la red de
monitoreo hidrometeorológico, de un sistema de alerta temprana, de
los desarrollos tecnológicos para el control de la erosión y de
otros haberes institucionales, aunque necesarios e importantes son todavía insuficientes;
con el calentamiento global tendremos que continuar saldando cuentas por los
escenarios de vulnerabilidad urbana, mientras no avancemos en la adaptación al cambio climático empleando procesos de planeación participativa y no recuperemos
como zonas de protección las frágiles laderas del medio
periurbano y sus cauces, dadas sus funciones fundamentales como relictos del
medio natural de soporte al hábitat, además de emprender otras acciones de cultura socio-ambiental e institucional, que empiezan por ponerle límites a
las fuerzas del mercado, donde el Estado debe prevenir la separación de
costos y beneficios en la explotación del suelo, y la presión sobre
los ecosistemas en las reservas de la periferia urbana.
* Profesor Universidad Nacional de Colombia http://godues.webs.com [Ref:. La Partria. Manizales, 2014/04/24] Imagen: Mapa de Amenaza por
deslizamiento (2005). Municipio de Manizales – Idea U. N. De Colombia sede
manizales.
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