Por Gonzalo Duque Escobar*
A continuación, la historia geológica e
importancia de Sancancio, el cerro tutelar de Manizales, donde entran en
conflicto la actividad antrópica con el actual uso del suelo y las funciones de
sus laderas como áreas de protección, para soportar la propuesta de recuperarlo
dada su importancia como bien común, declarándolo Área de Interés Ambiental AIA.
Este precioso cerro símbolo de la ciudad y contemporáneo del Ruiz- ubicado al
pie del río de Tacurumbí, hoy río Chinchiná-, es el resultado de una extrusión
de magma de hace unos dos millones de años; época en la cual el territorio sobre
el cual aparece la zona urbana de Manizales era un valle deprimido por el cual discurría
el paleo-río Chinchiná, dado que el relieve estaba a nivel de Villamaría y de Morrogacho.
Entre tanto el complejo volcánico que se conformaba,
transformaba el relieve cordillerano, donde la construcción de volcanes
progresaba de sur a norte, primero con potentes y sucesivos derrames de lava
que en espesor acumularon cerca de un kilómetro, para luego entrando el
Pleistoceno pasar a un nuevo ciclo de cataclismos con destrucciones importantes,
hasta obtener su actual fisonomía: mientras las erupciones y procesos glaciares
modificaban el relieve, al derretirse los enormes hielos que en extensión superaban los mil
kilómetros cuadrados, los potentes flujos de lodo que descienden de la alta
cordillera por ambos costados de la cordillera, forman los grandes abanicos
aluviales sobre los cuales se emplazan hoy las capitales cafeteras, Ibagué y
otras poblaciones vecinas, como Santa Rosa y Mariquita. Para entonces, nuestro cerro tutelar fue
testigo del gradual levantamiento del costado occidental de la Manizales, donde
la fuerza tectónica que levanta el paleo-valle del Chinchiná formando el
escarpe de La Francia, también es la misma que pudo exprimir el magma del domo
volcánico de Sancancio, lo que explica por qué este cerro de 2222 msnm, en altura
iguala a Villakempis y a Chipre.
Aún más, mientras el vulcanismo avanzaba y se
conforma Cerro Bravo más al norte ubicándose a 22 kilómetros de Sancancio, al presentar
este volcán una actividad eruptiva de mayor coeficiente explosivo y diez
kilómetros más cercana que la del Ruiz, cubre las empinadas laderas del cerro con
sucesivas capas de cenizas volcánicas, materiales de cobertura sobre los cuales
se desarrollan los frágiles suelos que explican el carácter aterciopelado a sus
escarpada topografía, lugar donde florecerán los bosques andinos que con sus
raíces densas y profundas amarraron por siglos el suelo, gracias a un
equilibrio que se mantuvo hasta que la acción humana depredadora con la tala lo
destruye.
Siendo esta la historia geológica del cerro
tutelar de la ciudad, sólida estructura que no logró convertirse en volcán
porque no explotó cuando el magma en estado semisólido y caliente se exprimió a
la superficie, bajemos el telón de los procesos geodinámicos que dan cuenta de
la construcción del relieve de la ciudad a partir del empuje tectónico
compresivo que produce el levantamiento de los depósitos aluvio-torrenciales del
abanico del Chinchiná, según se advierte en los flujos de lodo que afloran
sobre los taludes de la Panamericana, La Francia y Olivares, para ver ahora de
la mano del Historiador Albeiro Valencia Llano, los procesos de transformación antrópica
que allí se han dado, aludiendo a los hechos fisiográficos del contexto,
Se trata de los asentamientos humanos que
conocemos a partir de las crónicas de la conquista y de los relatos de la
colonización: En primer lugar, a la llegada de los colonizadores hacia 1540, es
Hernán Rodríguez de Sosa quien a órdenes de Jorge Robledo, entra a los dominios
del cacique Tacurumbí pisando y divisando el territorio de la capital caldense,
cacicazgo habitado por cerca de medio millar de indígenas Quimbayas según las
crónicas de Fray Pedro Simón, y a juzgar por los yacimientos arqueológicos
encontrados en Santa Inés y los relatos sobre la guaquería hecha en Sancancio.
Y en segundo lugar, cuenta el citado historiador caldense, que en 1837 el señor
Fermín López se establece al pie del cerro, hasta que toma la decisión de
viajar hacia el sur del río Chinchiná buscando nuevas tierras para colonizar,
sucediéndole en el terreno hacia 1843 Joaquín Arango Restrepo, quien le da nombre
a Sancancio.
Con la colonización y sobre todo a partir de la
fundación de Manizales empiezan las primeras presiones antrópicas que aún
continúa sobre el majestuoso cerro, sin importar que el lugar que se mantuvo en
forma durante los tres siglos que separan los tiempos del cacique y de la
fundación de Manizales, pese a una época de lluvias consecuencia de un período frio
del planeta ocurrido entre 1550 y 1850, durante el cual se dio una pequeña glaciación asociada a una baja actividad solar, con lo
cual los nevados del complejo Ruiz-Tolima alcanzaron casi 100 kilómetros
cuadrados de extensión, superficie siete veces superior a la de 1985 y diez
veces mayor a la actual, dado que retroceso de los hielos que ahora se acompaña
de fenómenos climáticos extremos, consecuencia de un calentamiento global
asociado al efecto de invernadero causado por el uso de combustibles fósiles y
la producción de metano, entre otros gases con los cuales hemos desajustado la
máquina atmosférica del planeta.
Por lo tanto, para que no se repitan estas
tragedias, invitamos a aprender la lección que nos ha dejado nuestro cerro
tutelar con los deslaves, donde no por causas divinas, sino por acciones
antrópicas como lo son el desequilibrio de la base ecológica como causa real de
la tragedia, y el régimen de lluvias modificado como factor contribuyente, para
que no se repita lo ocurrido sobre el sector de Aranjuez: lugar donde con la tala
del cerro vecino, al perderse las laderas de protección del barrio, las torrenciales
lluvias que ha traído el cambio climático, al encontrar la abrupta topografía
desprovista de la espesura del bosque andino, no se retuvieron, y entonces al
convertirse en escorrentías desbordadas transformadas en torrentes, logran
erosionar el suelo desprovisto de raíces para producir los destructores
deslaves.
Finalmente, habida cuenta de lo que
significan las laderas como estructuras de protección de la ciudad, y por lo
tanto lo que representa Sancancio para esta sociedad urgida de una cultura
ambiental que se podrá medir en lo que veamos en el cerro tutelar, toda vez que
el desastre de Aranjuez es la consecuencia de haber destruido el bosque natural,
recuperemos este símbolo natural del paisaje urbano más auténtico de la ciudad,
si queremos hacer de esta la ciudad un emblema de los poblados de laderas
establecidos en los Andes más septentrionales de América, razón por la cual
proponemos su declaratoria como Área de Interés Ambiental para Manizales, para
proceder a su adquisición y recuperación con el objeto de convertirlo en un
bien público.
* Especial para la Revista
Eje 21. Manizales, 23-04-2017. Titulo para el Editorial: Sancancio, el cerro tutelar como AIA de Manizales.
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Imágenes anexas:
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