Por:
Gonzalo Duque-Escobar*
RESUMEN: En América Latina, tras el desplome de
la economía global denla última década, los correspondientes ajustes a la crisis
financiera en la región, pese a la asimetría entre naciones que lograron
una importante acumulación de reservas y otras con poca capacidad
financiera para afrontar problemas de devaluación e iliquidez, la creciente inconformidad social alimentada por la
desigualdad que aún persiste y la desesperanza, se han traducido en una crisis
política que desafía al Estado y pone en jaque el modelo neoliberal.
Las
reformas neoliberales de la década de 1980 prometiendo mayor prosperidad y
democracia en América Latina, aunque trajeron crecimiento económico e
instituciones públicas más sólidas, sólo beneficiaron a unas élites e
incrementaron la miseria. Es probable que la reprimarización de la economía,
haya brindado una oportunidad para avanzar por el sendero del desarrollo
alcanzando mayores niveles de independencia del mercado mundial. Pero al ver el
colapso en Chile como máximo exponente neoliberal de la región y las protestas
en Ecuador, nos preguntamos ¿qué pasa en América Latina?, ¿cuál es el
combustible principal de estas revueltas?, ¿estará a punto de una fractura
social?…
Pese
al crecimiento, el modelo económico, al debilitar al Estado frente al mercado,
ha impulsado la inequidad y ha hecho crecer la corrupción. En esta crisis, los
modelos políticos anacrónicos y carentes de idearios, han fracasado: la
izquierda y la derecha no ofrecen respuesta y las coaliciones tampoco funcionan
frente a la compleja problemática de una sociedad que cambia su forma de
percibir y expresar su creciente inconformidad, y de expresar las demandas y
los reclamos, así el Estado haya implementado reformas institucionales y adquirido
mayor poder de regulación, pero sin tocar el sistema impositivo, redistribuir
la riqueza, ni resolver la precariedad laboral y social.
Frente
a las marchas pacíficas o los brotes violentos, es hora de que la clase
política latinoamericana, en lugar de recurrir a explicaciones que se
justifican en factores externos, a excesos de la fuerza pública, a la
polarización de la sociedad, o a la manipulación de comicios, replantee sus
métodos y reconozca el cambio, en la forma en que la ciudadanía frustrada y agobiada
se relaciona con el poder y lo emplaza, aunque sin conseguir los necesarios
ajustes estructurales en la política social y económica.
Pero
un tema fundamental para América Latina es la inseguridad, que si bien en los
escenarios rurales se relaciona con las actividades ilegales y la concentración
de la tierra, para los medios urbanos agobiados por una población joven que no
estudia ni trabaja, o que depende de la informalidad, las causas pasan por un
crecimiento acelerado y desorganizado de las ciudades que se expresa en
impunidad y corrupción, y en un cambio con perspectivas inclusivas y
sensibilidad ambiental, sin que el Estado desdibujado por la crisis de las
instituciones públicas pueda garantizar de manera homogénea los servicios.
A
pesar de que en México, al sufrir en 2017 el año más violento de las últimas
dos décadas, la seguridad ciudadana se militariza, los resultados muestran que
no solo no ha aumentado sino que ha quedado seriamente mermada; similarmente en
Colombia, donde seducidos por el pretorianismo las fuerzas armadas han suplido
a la policía en múltiples misiones de seguridad interior e incluso de
vigilancia urbana, las acusaciones de asesinatos con su complicidad no han
dejado de producirse.
Ahora,
bajo el presupuesto de que la concentración del poder económico y del político
no son dos asuntos diferentes, dado que la dimensión económica como
infraestructura de la sociedad condiciona la política y por lo tanto la
superestructura del establecimiento, la actual crisis alimentada por la desesperanza,
agravada por el atractivo de los mayores beneficios de una actividad ilegal
amparada en el crimen organizado y el tráfico de drogas, no es otra cosa que un
enfrentamiento entre ciudadanos y élites: habrá que resolver a
tiempo un juego peligroso que puede conducir al abismo.
Se
trata entonces de la dicotomía entre la justicia social o la convulsión
ciudadana, puesto que los países sacudidos por crisis políticas y protestas
violentas frente a medidas como las sugeridas por el FMI que sólo han sido un
detonante, requieren fortalecer la democracia, combatir la corrupción y las
extremas desigualdades sociales, recurriendo a políticas sociales innovadoras,
y reducir la dependencia de las materias primas mediante la diversificación e
incremento de la productividad. Esto además de permitir que nuestros jóvenes y
campesinos, encuentren opciones diferentes a la rentabilidad de las actividades
criminales en la ciudad y en el campo, es un asunto que no se resuelve luchando
contra la pobreza, sino con equidad en la distribución de la tierra y en las
oportunidades, dos estrategias que suponen más Estado para la nueva
sociedad latinoamericana.
* Profesor Universidad Nacional de
Colombia, http://godues.webs.com [Ref.:
La Patria. Manizales, 2019.11.04] Imagen: Indicadores socio-económicos de
América Latina. Cepal. Obsérvense las reducciones en el Gini y la pobreza en AL.
…
Enlaces
relacionados: