La Patria/ Opinión/ Carlos Enrique Ruiz / 2011-05-08 00
Alguna vez me dijo el polifacético y talentoso José Fernando Isaza, rector de la Tadeo, que el fin primordial de la universidad debería ser formar lectores. Lo otro vendría por añadidura. Recuerdo esto al repasar con mis estudiantes de la "Cátedra Aleph" el texto de Doris Leesing en el Premio Nobel (2007), en el cual evoca la situación de lugares en el África, en especial de Zimbabwe, en comparación con ambientes escolares en Londres. Aun cuando la diferencia es abismal, la escritora valora la ansiedad por leer y por educación en aquellos sitios olvidados, con ejemplos de esfuerzos descomunales para alcanzar la palabra escrita. Ambiciones de leyenda, como aquella de personas que acceden a la lectura al descifrar etiquetas de los frascos. O la otra más sorprendente de mujer con dos niños, asediada por nubes de polvo en busca de agua, con provisión precaria que encuentra en tienda de abastos, donde está sobre el mostrador cuadernillo ajetreado de "Anna Karenina" (L. Tolstoi), arrancado del volumen original, llegado a ese lugar de manera misteriosa, el cual utiliza aquella mujer modesta para ir hilvanando letras y palabras, atraída por la narración en un párrafo: "Varenka lucía muy atractiva con la pañoleta blanca sobre su negra cabellera, rodeada por los niños a quienes atendía con alegría y buen humor, y al mismo tiempo visiblemente entusiasmada por la posibilidad de una propuesta de matrimonio...".
Historias que remiten a la proeza colombiana del biblioburro en la Costa Atlántica, esparcida por el mundo en asombro de acercamiento apostólico por las letras del maestro Humberto Soriano Borges (¡al fin Borges!) a los campesinos, al transformar la sombra de los árboles en bibliotecas itinerantes. Pasión por expandir en todo lugar, incluso en los establecimientos educativos, sin excluir las universidades. Lectores necesitamos, a granel y por doquier. Requerimos de gentes sobrecogidas por el deseo incontenible de leer, comprender y compartir, de asumir retos por cada vez mejor educación, en procesos de autoformación. Cada persona puede desenfrenar el propio instinto por conocer, en mayor grado con el alcance de los nuevos medios, otras formas de presentarse el libro ante los ojos y las voluntades curiosas.
Y en todas partes la aspiración no puede ser diferente. Los espacios favorables se dan más en unos países que en otros. Y el nuestro sigue pendiente de asumir ese reto con sostenido paso. Continuamos teniendo a la mitad de nuestros jóvenes con problemas de comprensión de lectura y de establecer con racionalidad conexiones. Pero habrá que formar maestros con esa vocación, afines a la lectura, con modalidades de compartir incluso en voz alta, para suscitar el diálogo, el intercambio de interpretaciones, o de ideas y relatos que se desprendan en concordancia con la página leída. Manera de construir solidaridad.
Los niños y los jóvenes son materia disponible para motivaciones por la lectura, en familia, en círculos de amistad, tertulias, y en las instituciones de educación. Campañas se hacen por la lectura, algunas con formulaciones estratégicas, bien planteadas, pero de muy limitada cobertura. No hay políticas de Estado que asuman la Educación y la Cultura a la manera como la plantearon los Radicales en el siglo XIX, o en la "República Liberal" en el XX (remito a las memorias en dos volúmenes producidas por descomunal trabajo de investigación, en colaboración, de nuestro Rubén Sierra Mejía, con sello editorial de la Universidad Nacional de Colombia, en 2006 y 2009). Tenemos la desgracia de haber alcanzado maneras institucionales de acceder a la generalización calificada de formas encomiables de educación, pero llegan otros a los gobiernos y la posibilidad de continuidad desaparece. Está, además, el informe (ambicioso y estructurado) de la "Misión de los diez sabios", creada por el científico Rodolfo Llinás en la presidencia de César Gaviria, pero a renglón seguido fue abandonado, quizá porque no se ajustaba a forma cualquiera de la corruptela política dominante.
Vuelvo al recuerdo de Doris Leesing en ese texto del Nobel. Ella se sorprende por la extraordinaria inventiva en el mundo, que le remite a formular pregunta: ¿De qué manera incidirá el Internet en nosotros, en nuestras vidas y en nuestras ideas? Pero la Premio Nobel va más allá. Dice del hastío que sentimos en el momento de mundo que nos tocó, todavía con talento para la ironía y el cinismo, pero restringidos al uso de pocas palabras e ideas, desgastadas, con el deseo de recuperar algunas de ellas para potenciar incluso la vida. Advierte, y es su gran llamado, que el camino de recuperación ha de ser volviendo a los relatos, a las narraciones, a la poesía, creaciones que vienen de tradiciones lejanas, para despertar las ganas por contar cada uno lo suyo, escribir como pueda, y cada vez de mejor manera, las experiencias propias. Con despertar del compartir, del intercambio de relatos en viva voz, o en las lecturas de los textos puestos en el papel real, o en la virtualidad.
Y en la virtualidad lo virtuoso será luchar y luchar por lectura y educación, con denuedo, sin fatiga ni derrota. No faltarán los quijotes en todo lugar, como la Leesing recogiendo libros en Inglaterra para los habitantes de Zimbabwe, o el maestro Soriano del biblioburro al esparcir textos por campos de Colombia. Y las mamás con la lectura de cuentecitos a los niños a las puertas del sueño, o las maestras y maestros que entonan páginas en el aula despertando la curiosidad por la palabra, en busca de sentido.
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